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De un lado, en la zona sur del Parque Los Glaciares, el magistral Glaciar Perito Moreno, con El Calafate como su ciudad centro. Al norte, en la otra punta, el Cerro Fitz Roy junto a la más grandiosa variedad de relieves cordilleranos con el pueblo El Chaltén, base del montañismo y el espíritu libre.

Hay un ´otro lado´, y es igual de fascinante.

«Inspirar pasión entre los que queremos tiene más valor que estar vivo por ellos», supo decir alguna vez Alex Lowe, uno de los mejores alpinistas que dedicó su vida a escalar cimas de todas partes del mundo. Con seguridad, existe algo en la experiencia del montañismo que se parece mucho a la libertad. Esa sensación de medirse con la inmensidad de la naturaleza, y a la vez, con uno mismo. Parte del todo, y vulnerables.

Todos los que alguna vez recorrimos los senderos y cimas de El Chaltén, el joven refugio de vida natural y montaña a solo 200 Km de El Calafate, sabemos que en ese ir y venir de emociones proviene una sensación de que las palabras sobran; se arrullan en el agua de sus lagos fríos, las arrastra el viento sureño y cuelgan de sus montañas. En busca de exploración, la zona norte del Parque los Glaciares ofrece tan fácilmente proeza como serenidad; profundos relieves de despoblado tanto como latidos de disfrute y murmullo de quienes dedican sus días a ir por más.

 

Chaltén sigue siendo apenas un joven pequeño pueblo de 36 años rodeado de montañas con un puñado más de habitantes que aquellos primeros soñadores de 1985, – hoy cerca de 1.500 – y eso alcanza para ser todo lo que se espera de él. La emoción del encuentro a cada paso con los montañistas que – ansiosos por el ascenso – caminan por el pueblo a pie cargados de mochilas y bastones en busca de la base de los cerros como el Poincenot o el Torre de 3.102 m. para iniciar esa travesía – en la que cabeza y corazón se funden -, resulta indescriptible y se reserva para algún diario de viaje que con tiempo se escribirá.

 

De mayo a noviembre es cuando más visitas recibe de todas partes. Bautizado como la Capital Nacional del Trekking y aun cuando el cielo sureño juegue a nublarse y visualmente se cubra durante horas el pico solemne del Fitz Roy, – el más alto con 3.405 metros – su esencia permanece intacta, como invitando a la aventura de seguir el alma sin importar el clima, que en general es ventoso y árido en esta época. Algo que se tolera con ropa adecuada y zapatillas de trekking, que también se alquila. Mientras que distintas empresas trasladan hasta los cerros desde el hospedaje, para quienes no emprenden la ruta a pie.

En busca de exploración, la zona norte del Parque los Glaciares ofrece tan fácilmente proeza como serenidad

Junto al Brazo Norte del Lago Argentino moran los reconocidos glaciares Upsala, Onelli y Spegazzini. Y resuenan los otros latidos del Parque, siendo cuna de magnífica flora y fauna nativa como la lenga, el ñire y el Coihue. Las imponentes aves Cóndor, Águila Mora, Cauquenes y Cisnes de Cuello Negro, junto al Huemul, el Zorro Colorado y Gris y el Puma, de los más protegidos.

Casi todos los senderos están marcados a la perfección para los que hacen trekking y las horas de caminatas varían entre 2 y 7 las más largas, aunque si la idea es pasar la noche al aire libre para iniciar a la amanecida y unir rutas, hay campamentos en distintas zonas del recorrido, – al igual que refugios en la escalada -, donde tirar la bolsa de dormir y, a la luz de las estrellas, tener el privilegio de ser uno con la inmensidad, oyendo solo el soplido del viento.

Es que así es la montaña. Tengas o no experiencia, a lo largo del camino se conoce gente, se comparte el sentimiento de hacer esto por amor y no solo por llegar. Los ves sentarse en un tronco nativo a comer algo rápido, a reponer fuerzas antes de volver a emprender viaje, y, – con ese compañerismo que define al montañista – entablar charlas interminables en las que el idioma jamás implica un problema, o una vez abajo brindar con una cerveza artesanal por la experiencia vivida. Compartir el esfuerzo y disfrutarlo después. A bocanadas, llenando el alma y desafiando al cuerpo.

El Chaltén tiene todo eso y más, por eso es inevitable que descubras su magia. Es que, cuando aún extenuado tomás la ruta de partida y volvés la mirada atrás, ahí lo ves quedarse, tan majestuoso y bello que sentís lo mismo que aquella vez que llegaste: que te pide volver. Al fin, que de eso se trata el amor, de elegirse.